martes, 23 de septiembre de 2008

Desde afuera...


Él se despierta por las mañanas con los primeros rayos de sol que entran a través de la persiana… Su mirada se dirigen hacia el despertador, aún son las nueve. Vuelve a cerrar sus ojos acastañados, pero ya no es quien de conciliar el sueño. Perezosamente posa sus pies en la baldosa fría. Y en silencio, se dirige hacia la cocina. Abre la alacena y se prepara en su tazón verde su desayuno: leche, con una cucharadita de cola-cao y una pizquita de azúcar. Todo esto acompañado de cereales de miel.

Su mirada se pierde por la ventana empañada por el rocío.
Al rato, decide darse un baño. A los minutos, el vaho le muestra en el espejo esas letras empapadas que ella había escrito para él.
Se viste su sonrisa, como todos los días. Siempre tiene ese gesto en su rostro dispuesto a compartirlo con los demás. Si el sol brilla, él sonríe; si se presenta un buen día el sonríe; incluso cuando llueve en su corazón, el sonríe. Y eso es algo que ella siempre ha admirado, su capacidad de compartir y de regalar sonrisas, incluso en los momentos más duros de su vida.

Se sienta frente a su escritorio y toma entre sus manos esas hojas de papel inundadas de miles de fórmulas que pocos entienden, pero que son parte de ese sueño que el tiene por cumplir. Y por el que trabaja cada día, es admirable el esfuerzo y las ganas que pone en ello. Él nunca se rinde, y ha aprendido que después de una caída hay que coger impulso y volver a reemprender el vuelo.

Suena su teléfono. Una voz amiga le habla al otro lado de la línea. En ese momento es feliz por sentir a su gente tan cerca aunque estén tan lejos. Y es que es cierto que la distancia no entiende de sentimientos, pero hay lazos que no se rompen con la lejanía, sino que incluso se hacen más fuertes.

Cuando esa voz se apaga, vuelve a sus hojas de letras y números.
Es hora de comer. Vuelve a la cocina, y habla con los amigos. Ríe. Preparan los alimentos. Cuenta chistes. Comen juntos. Él lo daría todo por sus amigos, y es que son una parte indispensable en su vida.

Sale a pasear, quiere recorrer esa playa, sentir la arena bajo sus pies, sentir la suave brisa del mar, el romper de las olas contra las rocas. Ella no puede evitar fijarse en las huellas que él va dejando tras de si. Él a veces es un poco pesimista y no quiere creer que no solo sus pisadas quedan marcadas en la arena, no solo sus pisadas quedan en los caminos que el recorre. Él ha dejado huella en el corazón de muchos, de todos aquellos que han compartido un instante de sus vidas con él.

Se sienta en las escaleras del paseo, y desde allí un atardecer de fuego se esconde en sus ojos.
Cuando se da cuenta es hora de regresar. Hoy tan solo es otro día más que arrancar del calendario.

Llega a casa cansado.
Su cama le espera, se acuesta dispuesto a soñar.
Ella le observa, lo mira con cariño y con ternura. Lo besa en la mejilla mientras el duerme. Ella lo mira desde afuera. Ella piensa que podría pasarse las horas así, que sería feliz con sólo mirarle. Pero sabe también que hoy ha recibido el mayor regalo, compartir un momento de su vida con él.

Él despierta, la besa.
Ella es feliz.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Deseos


En aquella moneda dorada, tan insignificante para el bolsillo de algunos, nosotros depositamos nuestros deseos. Despues de mirarnos los unos a los otros, convencidos la lanzamos hacia ese pozo sin nombre de un lugar perdido, con la esperanza de que algun dia cumpliese alguno de los sueños que ella encerramos.
Tal vez esa pequeña moneda no cumpla nuestros sueños, pero prometimos luchar nosotros mismos por ellos, por hacerlos realidad. Y quien sabe, quizas con el tiempo lo logremos...

jueves, 4 de septiembre de 2008

Mirando atras


Me he parado en el camino para volver la vista atrás. Recuerdo perfectamente que tal día como hoy de hace un año las cosas eran completamente distintas. Y es que un año son muchos días, y los cambios tan solo precisan de un instante para torcer nuestro rumbo.
Hace un año veía como el castillo en el que vivía mi ilusión, se desmoronaba ante mis ojos al colocar el último naipe.
Hace un año no podía ver más allá de mi nariz, no quería ver la realidad gris que me rodeaba. Todo había perdido su color. El pensar en mañana, en la incertidumbre que pesaba sobre mi futuro me asfixiaba.
Hace un año el sueño por el que tanto había luchado, y que tanto había perseguido, se alejaba cada vez más de mi. Y la esperanza que me quedaba se deshacía entre mis dedos.
Mis lágrimas borraban la sonrisa de mi cara. Y no encontraba fuerzas para buscar una solución.
Fue entonces cuando escuche unas vocecillas que me susurraban al oído, al mismo tiempo que me tendían su mano:

-No te rindas, no lo has hecho nunca hasta ahora y no permitas que esta sea la primera vez.

Hoy me alegro de no haber renunciado, me alegro de volver a intentarlo. Me alegro de volver a reconstruir mis ilusiones, de abrir ese pequeño cajón y ver que mi esperanza sigue allí bien guardada.
Hoy sigo luchando por mis sueños, por “mi sueño”. Hoy mi sonrisa es de tinta indeleble y mi realidad ha recuperado su color. Y esas vocecillas, y esas manos y esos corazones los llevo bien prendidos al lado del mío. Porque gracias a ellos soy lo que soy.
Puedo decir que hoy ya no llueve en el sol.