Observábamos las hermosas vistas que se dibujaban ante nuestros ojos, bañadas por un sol que se escondía tras el horizonte.
Nos sentamos en aquel viejo banco de piedra. Y allí nos quedamos, mirando el mundo bajo nuestros pies. Bueno, quien dice el mundo dice una pequeña parte del mismo. Tan pequeña que para algunos es insignificante.
Hablábamos. Jugábamos a ser héroes.
- Yo soy veloz, seré el más rápido de todos. Nadie podrá alcanzarme con mi ultravelocidad.
- Yo soy el más fuerte. Nadie podrá conmigo ni con mi fuerza sobrehumana.
- Yo volaré, y cruzaré las nubes.
- ¿Y tú? ¿Qué superpoder tendrás?
- ¡¿Yo!?. Ehmmmmm…. Yo no tengo ningún superpoder. No soy rápida, ni soy fuerte, ni sé volar. No tendría ningún poder sobrenatural…
- ¿Cómo que no tendrías ningún superpoder? Tienes una gran sonrisa.
- ¿Y de qué sirve? Eso no sirve de nada. ¿Qué clase de superpoder es ese?
- Aunque no te lo creas, a veces una sonrisa puede salvar al mundo.
Y sonreímos. Sonreímos observando esa pequeña parte del mundo que se extendía bajo nuestros pies.